Biografías de Mujeres
Manuela Espejo
Las
primeras biografías de mujeres versaron sobre personajes que desempeñaron el
poder o sobre mujeres en su relación con un hombre que lo ejerciera. Circularon
también reseñas sobre mujeres bíblicas del Antiguo Testamento. De manera
generalizada las mujeres biografiadas, excepto las santas, fueron
caracterizadas como ambiciosas y manipuladoras; mujeres que trocaban su
debilidad “natural” en avidez por el poder y para ello utilizaban las armas de
la seducción y la intriga.
En
el país solo Mariana de Jesús habí la óptica del poder de la Iglesia. a merecido varias biografías y
desde
En
América Latina las primeras biografiadas (con excepción de las santas) fueron las figuras femeninas que estuvieron al
lado de los que luchaban en contra del poder: Policarpa Salavarrieta (Colombia),
Remedios Escalada (Argentina), Manuela Sáenz (Ecuador), Leonora Vicario
(México) Juana Azurduy (Bolivia); sin embargo, la mirada que las juzgaba no
prescindía de aplicar los mismos parámetros: la seducción y la intriga.
El feminismo interpela a la historia
Hasta
la irrupción del feminismo como reflexión metódica y como práctica política
continuada, (segunda mitad del siglo XX) las mujeres constituían un colectivo
sistemáticamente inferiorizado y ausente de la historia. Cierto que Engels en
el sigo anterior (1884) había intentado una explicación sociológica sobre la
subordinación de la mujer pero prevalecía la posición rousseauniana que
consideraba a la mujer un producto primitivo que debía vivir conforme las
necesidades reproductivas de la naturaleza. Salvo contados casos de pensadores
favorables a la emancipación femenina, un reiterado silencio omitía la
presencia de las mujeres en los procesos
de constitución y mantenimiento de los pueblos.
Con
la insurgencia del feminismo se impuso la necesidad de visibilización de las
mujeres en los procesos históricos y la recuperación simbólica de su pasado. Este
trabajo de recuperación tomó dos vías: la historia de vida de individualidades
claves o el estudio de la movilización de las mujeres.
Apuntes sobre situaciones
históricas trascendentales
Las
continuas búsquedas y reflexiones sobre
la importancia del papel de las mujeres demostraron que ellas fueron
coprotagonistas de hechos decisivos de la historia pero no herederas de sus
conquistas. Por ejemplo:
De
1809 a 1830. América Latina estaba enteramente convulsionada. El fragor de la
Independencia sacudía cada país del continente. Los hombres iban a la guerra y
las mujeres cuidaban la sobrevivencia de la familia, la casa y la tierra.
Muchas se amotinaron y respaldaron las acciones de los hombres. Tomaron parte
de las gestas heroicas. Pero ninguna mujer firmó la Declaración de Independencia.
Luego, se acabó la guerra grande. Concluyó el dominio colonial. Las mujeres
volvieron a sus faenas de cuidado: de la casa, de los heridos, de las tierras
abandonadas. La pobreza campeaba. No había
reses para el alimento ni bestias para
movilizarse. Madres, hijas y hermanas asumieron la tarea de reconstrucción de
la vida cotidiana.
Han
debido pasar dos siglos para que la sociedad ecuatoriana acepte o valore la
presencia de las mujeres en la gesta de la Independencia.
Las Manuelas
En
el Ecuador entre los pocos nombres de mujeres memorables destacan las Manuelas:
Manuela Sáenz, Manuela Cañizares y Manuela Espejo. Son consideradas heroínas
que participaron en sucesivos momentos del proceso de separación de la
Audiencia de Quito del gobierno colonial de España.
Manuela Sáenz (1795- 1856), venerada o vilipendiada
según los ojos que la miraran, por encima de todas las rencillas ideológicas,
era ya una figura inscrita en el cuadro de los héroes de la Patria y la mejor
posicionada en el imaginario colectivo.
Este
no es el caso de Manuela Cañizares (1769-1814 ), la patriota por excelencia que
hizo avergonzar a los complotados al grito de ¡Hombre necios, nacidos para la servidumbre, de qué tenéis miedo! ¡Hoy o
nunca! Ella, era amiga e interlocutora de algunos próceres, en especial del
abogado Manuel Rodríguez de Quiroga, boliviano. Rodríguez era parte de los
“ilustrados”, de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, que
difundieron por América las ideas de la emancipación[1].
De tal manera, que Manuela prestó su sala para la reunión de los conjurados no
porque fuera una mujer “que brindaba favores”, como la calificaban los
realistas, sino porque era una revolucionaria convencida. Sin embargo, se conoce
poco de ella, entre otras razones porque tuvo que esconderse y destruir sus
papeles para no ser llevada a juicio o eliminada por las autoridades españolas.
Manuela
Espejo vino a completar tardíamente la tríada gloriosa de las Manuelas. Las
pocas fuentes encontradas hasta ahora han permitido configurar un sujeto
protagónico y testigo, personaje de especiales características en una época
decisiva de la historia patria.
En
1985 María de Romo señaló que con ninguno de los miembros de la familia Espejo
Aldás se había ensañado la cultura dominante para no ubicarle en la Historia,
como con la menor de los hermanos sobrevivientes: María Manuela[2].
Biógrafos
de Eugenio Espejo o de José Mejía Lequerica como Neptalí Zúñiga, Enrique Garcés, Leopoldo
Benítez, Homero Viteri, José Mª Vargas se refieren colateralmente a ella.
María
de Romo presentó una valiosa compilación de opiniones suyas y de otros autores
sobre Manuela de Santa Cruz y Espejo[3].
Otro impulso significativo se lo debemos a Carlos Paladines quien se deslumbra,
se apasiona, se enardece cuando en medio de sus investigaciones descubre la
huella de Manuela.[4].
Manuela Espejo
Manuela Espejo es una de los tres vástagos que
sobrevivieron a los progenitores, Luis
de Santa Cruz y Espejo y de Catalina Aldaz y a un cuarto muerto prematuramente
por causa de la viruela[5].
Los hijos que llegaron a la edad adulta fueron Eugenio, médico, que nació en
1747; Juan Pablo, cura, en 1752 y Manuela, esposa de un sabio,[6]
nacida en 1757. Los Espejo eran prototipo del cruce de etnias india, negra y
blanca.
Manuela
Espejo era amiga de quiteños doctos de finales de la Colonia como Antonio Ante
y Juan de Dios Morales y de extranjeros de igual dimensión intelectual que
visitaban a su hermano. También de José Mejía Lequerica, un joven “pobre y
desamparado” perteneciente a los sectores medio-alto de Quito[7]
con quien Manuela se casó tres años después de la muerte de su hermano Eugenio
Espejo.
A
Manuela Espejo comúnmente se le ha negado su categoría de sujeto de pensamiento
y su condición de ciudadana. Siempre se enfatizó su rol doméstico, su
participación en el mundo familiar privado, sin articularlo con su aportación
pública.
En
esta ponencia prefiero reflexionar sobre el papel notable que le tocó vivir.
Enfoco el análisis desde cuatro esferas de relevancia: la intelectual, la
patriótica, la del amor y la feminista.
Ámbito
intelectual
El
ambiente intelectual en que Manuela creció y vivió la hizo diferente del resto
de quiteñas. Ella misma dijo: “Dirán mis amigas y paisanas, que una mujer en
Quito no alcanza a descubrir la subliminidad de las ciencias y que los hombres solo son los que la
penetran y manejan. Yo las compadezco y digo que su error es excusable”[8].
Según
sostiene Carlos Paladines, biógrafo de Manuela, ella creció rebuscando libros y
amando la lectura y participando con elocuencia en el diálogo y la discusión.
Por su parte, María de Romo atribuye al padre de los Espejo, Luis Chuzhig, una
influencia decisiva. Él habría formado a sus hijos e hija sin hacer
diferencias. Concedería a Manuela el mismo derecho a instruirse, de tal manera
que ella adquiriría una cultura apreciable para la época y de acuerdo a Neptalí
Zúñiga[9],
también gracias a su padre aprendería a realizar prácticas de enfermería
(curaciones y operaciones menores) en el Hospital de la Misericordia. Esa
habilidad le habilitaría para ser considerada
la primera practicante de Medicina en el territorio de la actual
República del Ecuador.
Se
afirma que fue asidua de la biblioteca que regentaba su hermano y lectora voraz.
En el artículo que Paladines atribuye a Manuela Espejo y que yo no tengo por
qué dudar que fuera de su autoría, expresa:
“Me suponen atrevida y dispuesta a dar al público mis pensamientos. En
efecto. tengo mis libros, que leo apasionadamente, y pido prestados los que no
poseo”[10].
Naturalmente, ella no podía dedicar todo su tiempo al gozo de la lectura porque
tenía otras tareas por hacer.
A
la muerte de su hermano mayor y del viaje de su marido, Manuela se habría
convertido en guardiana de sus libros. Leopoldo Benítez afirma: “Le quedó a
Manuela una herencia espiritualmente valiosa: los libros que se amontonaban en
filas compactas y los papeles amarillentos en el los que el Precursor habría
consignado sus pensamientos y sus anhelos, libros y papeles con los que Manuela
estaría familiarizada pues formaban parte misma de la vida del hermano genial”[11].
Esta faceta de su personalidad faculta a considerarla la Primera Bibliotecaria
de la Real Audiencia de Quito. Otra muestra confiable de su capacidad
intelectual y de su saber se ampara “en su faceta de periodista, la primera
mujer que se atrevió a escribir en público, la primera que aprendió a enfrentar
a su medio con la palabra”. El historiador Paladines escribe que Manuela fue a
la vez “una de las primera víctimas del silencio de la prensa”[12].
Vista
desde este ángulo el Municipio de Quito
acierta al concederle el título de Primera
Bibliotecaria del País y al crear la Presea
Manuela Espejo presea que comparte con otras mujeres quiteñas o residentes
en el Distrito Metropolitano el mérito
de Manuela de haber dedicado gran parte de su vida al trabajo con los libros y
a la búsqueda del saber.
Ámbito
Patriótico
Manuela
quedó huérfana cuando tenía 21 años. Siendo la menor de todos le tocó enfrentar
además del gobierno de la casa todos los
inconvenientes que les deparaba a los Espejo su condición de rebeldía frente a
la opresiva sociedad colonial. La influencia de Manuela parece ser notoria.
Ella con su conocimiento y su dedicación haría posible que la casa familiar se convirtiera
en una especie de Fragua de Vulcano[13]
donde se modelaba la soñada y necesaria libertad. El P. José María Vargas[14]
declaró en la biografía sobre Eugenio Espejo, que Manuela comprensiva y
cariñosa fue el respaldo moral y económico de sus hermanos. Sin empeñar el
cofre de alhajas, las dos hebillas de plata y otras piezas del mismo material
que pertenecían a Manuela no se habría publicado el Periódico Primicias de la
Cultura de Quito. ¿Por qué hacía esto Manuela? No solamente por cariño filial y
respeto a su sabio hermano, víctima de persecución, destierro y prisión sino
porque compartía sus ideales. Así lo reconoce el Dr. Homero Viteri Lafronte al
señalar que las dotes especiales de Manuela harían posible las inmortales
sesiones en las que se debatían las ideas de los enciclopedistas, se
diseccionaba la situación de las Indias bajo el peso de Iberia y tomaba cuerpo
la emancipación de América Hispana[15].
Las
veces que Espejo fue encarcelado en 1787 y en 1795 la hermana estuvo pendiente
de su suerte. Cuando cargado de grillos y agonizante el preclaro hermano, quién
sino Manuela consiguió sacarle de la prisión y llevarle a su casa para que
falleciera en sus brazos. Manuela despidió a su hermano. Repito las palabras de
Enrique Garcés: “Doña Manuela, la huérfana y madre de su hermano muerto tenía
el encargo de llorarlo a nombre de la Medicina y de la Raza vencida…Ella era el
más brillante cortejo que podía acompañar al Doctor Eugenio Espejo. Iría
vestida de negro el espíritu, esbelta y bella, a dejar los despojos del héroe
en el lugar señalado por los nobles para que se entierren los indios”[16]. Y una vez devuelto a la Pachamama el cuerpo
venerable de su hermano, Manuela emprendió la defensa del combatiente, del
proscrito. La colaboración dada por Manuela a esta causa la convierte en una
luchadora perseverante por la libertad y la justicia. Tomando en consideración
las reiteradas muestras de heroísmo, en
noviembre de 1895, el Municipio de Quito la declaró Prócer de la Emancipación Americana.
Ámbito
del Amor
Leopoldo
Benítez[17]
supone en Manuela un espíritu sutil, una probada bondad que no repara en
atenciones a los asiduos visitantes del cenáculo literario y filosófico que
preside su hermano Eugenio, soltero por decisión propia y por entrega absoluta
al pensamiento. Seguramente a Eugenio ni a Pablo, su otro hermano, les faltó el
cariño, la ternura, la atención de
Manuela. La preocupación por los más cercanos es la primera forma de amar. El
amor de Manuela además de un amor de hermana sería un compromiso solidario con
un propósito del que no se sentía excluida. En la carta que escribe al editor
del periódico Primicias de la Cultura de Quito, Erophilia remit iéndose
a las ideas de Platón, discurre sobre una comprensión amplia del amor. Dice
así: “El amor mantiene la paz entre los hombres, muda la rusticidad en cultura,
apacigua las discordias, une los corazones, inspira la dulzura, aplaca la crueldad,
consuela a los afligidos, restituye la fuerza a las almas fatigadas y, en fin,
vuelve la vida perfectamente feliz” Este
pensamiento lo contrasta con lo que observa a diario en Quito: “Venga hacia
esta su talento de observación, ¿y qué halla? La enemistad, la esclavitud, la
guerra, la discordia, la desdicha, el despecho, la ignorancia, el vicio: luego,
no hay amor”. Hay un convencimiento en la autora de promover y llevar un
ambiente favorable a la amistad. Manuela es una pacifista.
Su
hermano Eugenio, y también de Pablo cuando estaba en casa, tenían asegurada la
necesaria condición para participar en la esfera pública, gracias a la
dedicación a tiempo completo de Manuela en las labores privadas de reproducción
social: cuidado del núcleo familiar, trabajo doméstico sin salario y sin
horario y labores extras para ahorrar algo de dinero. Cristina Molina expone en
su obra Dialéctica Feminista de la
Ilustración que los varones se connotan como valiosos y acumulan prestigio
y poder sobre la base de la entrega de las mujeres o, lo que es más lamentable,
de su exclusión. Pero admirablemente Espejo parece haber estado consciente de
esta desigualdad y haberla reparado a tiempo. De acuerdo al Testamento del
Precursor de la Independencia, este agradece a su hermana por las ayudas
recibidas para financiar sus publicaciones. Con pesar explica que está en
imposibilidad de saldarlas a la hora de
su muerte. Lo que no alcance para pagarle después de cobrar la renta vencida
como bibliotecario y la venta de la ropa blanca y de color que deja, Espejo le
ruega a su hermana que “le perdone por amor de Dios”[18].
Desde
otro ángulo se puede analizar su relación con José Mejía Lequerica, aspecto al
que se alude siempre. Mejía Lequerica
abogado de la Audiencia de Quito llegó a ser uno de los diputados que con mayor
brillantez representó los intereses de los discriminados españoles americanos, en las
Cortes de Cádiz. José Mejía fue también un discriminado en razón de las leyes,
usos y costumbres que regían en el territorio colonizado. Mejía, nacido en un
barrio cercano al de Manuela, fue hijo ilegítimo, repudiado por su padre, que
se negó a darle el apellido. Esa circunstancia de ilegitimidad pesó en su
carrera pues le impidió graduarse fácilmente, ejercer como profesional, ser nombrado
catedrático y fue lo que al final le obligó a autoexpatriarse porque esta
patria (la Audiencia de Quito) le era ingrata.
A
pesar de la diferencia de casi 30 años de edad, Eugenio y José eran amigos e
interlocutores parejos a pesar de su distinto carácter. Espejo reconcentrado,
implacable y huraño; Mejía arrogante, apasionado e irreverente. Los dos
personajes se entendían muy bien en el tono y el interés de las discusiones
porque los dos poseían gran inteligencia, leían sin descanso y participaban de
las nuevas ideas en el campo de las ciencias, la filosofía y la política.
Seguramente,
al frecuentar a diario la casa de Espejo, Mejía habría podido aquilatar de
cerca los valores que caracterizaban a Manuela. Ella y sus hermanos
conformaban un grupo fraterno e
idealista que vivía “al filo de la navaja” porque eran radicales en su
oposición a la injusticia de las leyes, a la administración colonial, a las
costumbres segregacionistas que mantenían los criollos tanto seglares como
religiosos y los tres confiaban en la revolución científica que acabaría con
los dogmas.
Mejía
habría descubierto en ella “el esplendor de su espíritu privilegiado” en frase
de Marcela Costales. Según las propias
palabras de Manuela en el texto publicado en el periódico Primicias de la
Cultura de Quito a las mujeres les era indispensable “el fuego eléctrico del
amor” y proclamaba la necesidad de un ambiente
“Donde los hombres no nos dominen y al mismo tiempo nos sirvan por el
amor”. “Debo amar y ser amada” reiteraba Manuela.
Por
lo dicho se puede colegir que Mejía no se casó con Manuela para legalizar una
situación que despertaba maledicencias;
tampoco por interés de la biblioteca de Espejo y el honor que
significaba ser parte de su familia, como dicen los comentarios misóginos, sino
por amor y afinidad con una mujer admirable, de agradable charla y deleitosa
compañía, “con capacidad para reflexionar y decidir por cuenta propia.”[19]
Con
base en esa comprensión Manuela no solo debió haber permitido sino quizá
impulsado el éxodo de su esposo fuera del suelo patrio. En España, José
Mejía pronto se hizo conocer. Inquieto,
lúcido, comunicativo él estaba preparado para grandes cosas[20].
Manuela le fue leal política y
afectivamente– ignoró la nueva relación que mantuviera en España con Gertrudis de Salanova.
Otras
facetas de Manuela hablan de un amor incondicional a su familia, especialmente
a sus hermanos perseguidos y escarnecidos debido a su lucha por la
libertad. Ella puso todo su fervor y pasión por la justicia y la dignidad de las
mujeres, por los indigentes que abundaban en la ciudad. Manuela atendió con
esmero y riesgo a los enfermos y moribundos víctimas de la fiebre amarilla.
Ámbito
Feminista
En
la carta que escribe al editor del periódico Primicias de la Cultura de Quito,
Manuela le exige rectifique su criterio respecto de las mujeres porque tal
juicio constituye “la injusticia del varón respecto de la mujer; una injusticia
clamorosa de todos los días y todos los instantes”. Y lo reitera más adelante:
“El segundo error trascendental en los papeles que ha dado a luz es que Ud. me
olvida. Ud. hecha fuera de sus consideraciones filosóficas mi ser y mi
naturaleza. Ud. empieza a explicar el talento de la observación sin mí: quiero
decir, el bello sexo no figura delante de su entendimiento”. Luego agrega:
“Querría que hubiese empezado sus periódicos dando lugar preferente a las
mujeres, y hablando de nosotras con la decencia que demandan la moral y la
filosofía”.
He
aquí, a nuestra primera feminista, irradiando su luz en los oscuros tiempos
preemancipatorios: 2 de febrero de 1792. Número 3 de Primicias de la Cultura de
Quito.
Su
figura histórica
La
vindicación de Manuela Espejo se afianza cuando Carlos Paladines saca a la luz
el libro Erophilia, Conjeturas sobre
Manuela Espejo. Paladines había encontrado la huella de Manuela Espejo..
Con
base en el análisis de esta extensa
carta firmada con el seudónimo de Erophilia
(Amante del Amor y la Sabiduría) Paladines configuró un nuevo personaje
femenino para la historia ecuatoriana, heroína a la que dotó de características
intelectuales, pasión por el estudio y por los libros, perspicacia política,
sensibilidad desprejuiciada, irreverencia franca y apasionada. Una mujer que
pregonó el derecho a la felicidad para sí y para los demás.
Manuela
alcanzó a ver culminados los anhelos de sus hermanos y de su esposo. María de
Romo expresa: “Quizá pudo escuchar el 24 de mayo los cañonazos de la libertad
cuyas mechas prendió treinta años atrás [21]
su hermano, el genial Eugenio de Santa Cruz y Espejo” .
Por
su parte, Cecilia Ansaldo apunta: “En su larga vida – vivió cerca de 90 años–
Manuela Espejo tuvo la suerte de ver morir la Colonia y nacer la República”[22].
Con
motivo del bicentenario de la Revolución de Quito, las historiadoras[23]
enfatizaron la labor patriótica de
Manuela Espejo al atribuirle cercana amistad con las mujeres más identificadas
con la causa revolucionaria de la independencia. “Ella, luchadora nata,
frecuentaría las casas de la ciudad y en cada una sembraría los gérmenes del
movimiento por la Independencia” supone María de Romo[24]. Se reconoció en Manuela a la mujer que sufrió
en carne propia las injurias, el maltrato, los atropellos del régimen colonial en la persona de sus
hermanos y de ella misma. Se ensalzó a la mujer sabia, amorosa y decidida
que llevó adelante un juicio contra Luis
Muñoz de Guzmán, Presidente de la Audiencia, por los agravios, prisión, enfermedad
y muerte sufrida por su hermano, el Precursor de la Independencia del Ecuador.
La
valoración del matiz fraterno en la personalidad de esta mujer singular movió
al Vicepresidente de la República, Lenin Moreno, a emblematizar su campaña a
favor de los discapacitados del país,
con el nombre de Manuela Espejo. A partir de esta exitosa empresa social
el nombre de Manuela Espejo saltó por sobre las fronteras patrias y alentó
importantes acciones de solidaridad.
Graciosa
y triste paradoja, el pueblo que sin mayor información empieza a oír
reiteradamente el nombre de Manuela empieza a enmarcarla como a una discapacitada excepcional[25].
Los
rezagos del androcentrismo
Los
biógrafos de Eugenio Espejo y José Mejía, porque ella nunca mereció uno
particular, se manifiestan generosos siempre que aluden a la bondad,
desprendimiento, emotividad de Manuela (los estereotipos de género) pero se vuelven muy parcos al referirse a su
calidad intelectual, a su dedicación por la cultura, por la libertad. En ella
se postergan como atributos secundarios en la mujer el talento y el saber[26].
Contrariamente
a la opinión generalizada de que es posible inferir mucho de su personalidad y
de su aporte histórico a partir de los
comentarios que se encuentran sobre ella en papeles de la época, la segregación
de Manuela pretende continuar cuando hoy se alude a la sobrevaloración de Manuela Espejo. Se dice que un personaje que ha
permanecido en el olvido por dos siglos no puede pasar “de un territorio de
penumbra a otro de mitificación”.
Declaran
que hay una “suprafiguración” del personaje. Para estos críticos lo que no
tiene testimonio o fuente evidente de existencia no tiene ningún valor. Desde
esta mirada sexista: “Manuela es solo la hermana de Eugenio Espejo”. Con estos
enunciados se niegan a reconocerle la calidad de sujeto histórico relevante y a
darle un espacio significativo como una de las mujeres próceres.
Aún
con una mirada corta se puede deducir que siendo hermana de dos grandes
personajes Eugenio y Pablo, cura de Cotacahi y coautor de las famosas
banderitas rojas colocadas en las cruces de la ciudad, un gesto audaz y
decisivo que le costó la cárcel y finalmente la muerte al precursor, Manuela
Espejo, mujer ilustrada, no pudo ser impasible frente a un proceso de tanta densidad y
efervescencia. Siendo Espejo un
adelantado en la lucha por los derechos ciudadanos, incluidos los de las mujeres, Manuela no podía ser una persona común, sino más bien
una mujer encendida de pasión revolucionaria, iluminada por las muchas lecturas
y discusiones que se llevaban a cabo en su entorno, incluso con estudiosos
extranjeros que encontraban cálido albergue en la casa de los Espejo. Escuchando
discusiones científicas, leyendo con afán y actuando públicamente en tareas
ciudadanas debió dejar abierta su mente
a la duda y a la discusión de ideas.
A
pesar de esos rezagos de misoginia que con pesar anotamos, nos queda el perfil
de una mujer consciente, una mujer reconocida por sus contemporáneos porque
tuvo la suerte de nacer en un hogar privilegiado por el talento y la
honestidad; una mujer que fue testiga y copartícipe de una revolución que llevó
a la patria de la servidumbre a la autonomía. Una mujer que señaló la
minusvaloración de las mujeres y se alzó sobre esa situación señalando un
camino y un norte. Que fue la primera periodista quiteña, que se atrevió a
hacer escuchar su voz y romper las barreras del silencio. Que desafió las
normas de la sociedad conventual y escogió su propia forma de vivir y de amar. Manuela
Espejo, defendió la igualdad entre el hombre y la mujer en todos los aspectos
de la vida pública y privada,
y eso la hace más próxima a las mujeres de hoy.
Las
Manuelas honran a las mujeres ecuatorianas y al género humano por su
participación política en una etapa
histórica fundamental. Nuestras Manuelas
aportaron a ese cambio de acuerdo a las
máximas esperanzas que pusieron en su empresa y las mínimas
posibilidades que tuvieron para contribuir directamente. La Cañizares se
autoexilió dentro de la patria y a la Sáenz le negaron el reingreso al país por
peligrosa y loca. Manuela Espejo está aún confinada en sus sueños de equidad y
paz para los seres humanos.
Quito,
7 de mayo de 2014.
[1] M. Rodríguez de Quiroga vino con su padre, nombrado
Fiscal de la Audiencia de Quito.
[2] María de Romo, Manuela
Espejo, Ediciones Obsidiana, Quito, 1985.
[3] Ibidem.
[4] Carlos Paladines, Conjeturas
sobre Manuela Espejo, Biografía, Autoedición, 2001, p. 13.
[5] En 1875, también su madre murió del mismo mal.
[6] Fernando Jurado Noboa, Las Quiteñas, Dinediciones, Quito, 1995.
[7] Ibidem, p. 100.
[8] Primicias de la
Cultura en Quito, No. 3. Febrero de 1792.
[9] N. Zúñiga, Mejía,
El Mireabou de América, Talleres Gráficos Nacionales, Imprenta del Clero,
Quito,1947.
[10] “Primicias…”
[11] Leopoldo Benítez, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, La Colonia y La República, Secretaría
General de la Undécima Conferencia Interamericana, Quito, 1960.p.72.
[12] C. Paladines, op. cit.
[13] M. de Romo, op.cit.
[14] José María Vargas,O. P. Biografía de Eugenio Espejo, Edit. Santo Domingo, 1968.
[15] Neptaly
Zúñiga, op.cit.
[16] Enrique
Garcés, Eugenio Espejo Médico y Duende,
CCE, Quito, 1959.
[17] Leopoldo Benítez, op.cit..
[18] “Testamento”, en Homero Viteri Lafronte, Un libro Autógrafo de Espejo, Tipografía
y Encuadernación Salesiana, Quito, 1920, p.31
[19] Paladines, op.cit. p.30
[20] Hernán Rodríguez Castelo, Mejía voz grande en la Cortes de Cádiz, Academia Nacional de
Historia, Quito, 2012.
[21] M. Romo, op.cit.
[22] Cecilia. Ansaldo, “Manuela Espejo”, diario El Universo, Guayaquil, 7 de mayo de
2005, citado por Jenny Londoño en Las
mujeres en la independencia, p.80.
[23] Jenny Londoño, Marcela Costales, Sonia Salazar,
Alexandra Sevilla, entre otras.
[24] Íbidem..
[26] María Romo, op.cit.