lunes, 12 de mayo de 2014

Manuela Espejo


Biografías de Mujeres

Manuela Espejo

Las primeras biografías de mujeres versaron sobre personajes que desempeñaron el poder o sobre mujeres en su relación con un hombre que lo ejerciera. Circularon también reseñas sobre mujeres bíblicas del Antiguo Testamento. De manera generalizada las mujeres biografiadas, excepto las santas, fueron caracterizadas como ambiciosas y manipuladoras; mujeres que trocaban su debilidad “natural” en avidez por el poder y para ello utilizaban las armas de la seducción y la intriga.

En el país solo Mariana de Jesús habídxcpto ls santas,  Madame Stael y una gran lista. influencia de Manuela en relaciia merecido varias biografías y desde  la óptica del poder de la Iglesia.

En América Latina las primeras biografiadas (con excepción de las santas)  fueron las figuras femeninas que estuvieron al lado de los  que luchaban en contra  del poder: Policarpa Salavarrieta (Colombia), Remedios Escalada (Argentina), Manuela Sáenz (Ecuador), Leonora Vicario (México) Juana Azurduy (Bolivia); sin embargo, la mirada que las juzgaba no prescindía de aplicar los mismos parámetros: la seducción y la intriga.

El feminismo interpela  a la historia

Hasta la irrupción del feminismo como reflexión metódica y como práctica política continuada, (segunda mitad del siglo XX) las mujeres constituían un colectivo sistemáticamente inferiorizado y ausente de la historia. Cierto que Engels en el sigo anterior (1884) había intentado una explicación sociológica sobre la subordinación de la mujer pero prevalecía la posición rousseauniana que consideraba a la mujer un producto primitivo que debía vivir conforme las necesidades reproductivas de la naturaleza. Salvo contados casos de pensadores favorables a la emancipación femenina, un reiterado silencio omitía la presencia de las  mujeres en los procesos de constitución y mantenimiento de los pueblos.

Con la insurgencia del feminismo se impuso la necesidad de visibilización de las mujeres en los procesos históricos y la recuperación simbólica de su pasado. Este trabajo de recuperación tomó dos vías: la historia de vida de individualidades claves o el estudio de la movilización de las mujeres.

Apuntes sobre situaciones históricas trascendentales

Las continuas búsquedas y reflexiones sobre  la importancia del papel de las mujeres demostraron que ellas fueron coprotagonistas de hechos decisivos de la historia pero no herederas de sus conquistas. Por ejemplo:

De 1809 a 1830. América Latina estaba enteramente convulsionada. El fragor de la Independencia sacudía cada país del continente. Los hombres iban a la guerra y las mujeres cuidaban la sobrevivencia de la familia, la casa y la tierra. Muchas se amotinaron y respaldaron las acciones de los hombres. Tomaron parte de las gestas heroicas. Pero ninguna mujer firmó la Declaración de Independencia. Luego, se acabó la guerra grande. Concluyó el dominio colonial. Las mujeres volvieron a sus faenas de cuidado: de la casa, de los heridos, de las tierras abandonadas.  La pobreza campeaba. No había reses para el alimento ni bestias  para movilizarse. Madres, hijas y hermanas asumieron la tarea de reconstrucción de la vida cotidiana.

Han debido pasar dos siglos para que la sociedad ecuatoriana acepte o valore la presencia de las mujeres en la gesta de la Independencia.

Las Manuelas

En el Ecuador entre los pocos nombres de mujeres memorables destacan las Manuelas: Manuela Sáenz, Manuela Cañizares y Manuela Espejo. Son consideradas heroínas que participaron en sucesivos momentos del proceso de separación de la Audiencia de Quito del gobierno colonial de España.
Manuela  Sáenz (1795- 1856), venerada o vilipendiada según los ojos que la miraran, por encima de todas las rencillas ideológicas, era ya una figura inscrita en el cuadro de los héroes de la Patria y la mejor posicionada en el imaginario colectivo.

Este no es el caso de Manuela Cañizares (1769-1814 ), la patriota por excelencia que hizo avergonzar a los complotados al grito de ¡Hombre necios, nacidos para la servidumbre, de qué tenéis miedo! ¡Hoy o nunca! Ella, era amiga e interlocutora de algunos próceres, en especial del abogado Manuel Rodríguez de Quiroga, boliviano. Rodríguez era parte de los “ilustrados”, de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, que difundieron por América las ideas de la emancipación[1]. De tal manera, que Manuela prestó su sala para la reunión de los conjurados no porque fuera una mujer “que brindaba favores”, como la calificaban los realistas, sino porque era una revolucionaria convencida. Sin embargo, se conoce poco de ella, entre otras razones porque tuvo que esconderse y destruir sus papeles para no ser llevada a juicio o eliminada por las autoridades españolas.

Manuela Espejo vino a completar tardíamente la tríada gloriosa de las Manuelas. Las pocas fuentes encontradas hasta ahora han permitido configurar un sujeto protagónico y testigo, personaje de especiales características en una época decisiva de la historia patria.

En 1985 María de Romo señaló que con ninguno de los miembros de la familia Espejo Aldás se había ensañado la cultura dominante para no ubicarle en la Historia, como con la menor de los hermanos sobrevivientes: María Manuela[2].

Biógrafos de Eugenio Espejo o de José Mejía Lequerica como  Neptalí Zúñiga, Enrique Garcés, Leopoldo Benítez, Homero Viteri, José Mª Vargas se refieren colateralmente a ella. 

María de Romo presentó una valiosa compilación de opiniones suyas y de otros autores sobre Manuela de Santa Cruz y Espejo[3]. Otro impulso significativo se lo debemos a Carlos Paladines quien se deslumbra, se apasiona, se enardece cuando en medio de sus investigaciones descubre la huella de Manuela.[4].

Manuela Espejo

Manuela Espejo es una de los tres vástagos que sobrevivieron a los progenitores,  Luis de Santa Cruz y Espejo y de Catalina Aldaz y a un cuarto muerto prematuramente por causa de la viruela[5]. Los hijos que llegaron a la edad adulta fueron Eugenio, médico, que nació en 1747; Juan Pablo, cura, en 1752 y Manuela, esposa de un sabio,[6] nacida en 1757. Los Espejo eran prototipo del cruce de etnias india, negra y blanca.

Manuela Espejo era amiga de quiteños doctos de finales de la Colonia como Antonio Ante y Juan de Dios Morales y de extranjeros de igual dimensión intelectual que visitaban a su hermano. También de José Mejía Lequerica, un joven “pobre y desamparado” perteneciente a los sectores medio-alto de Quito[7] con quien Manuela se casó tres años después de la muerte de su hermano Eugenio Espejo.

A Manuela Espejo comúnmente se le ha negado su categoría de sujeto de pensamiento y su condición de ciudadana. Siempre se enfatizó su rol doméstico, su participación en el mundo familiar privado, sin articularlo con su aportación pública.

En esta ponencia prefiero reflexionar sobre el papel notable que le tocó vivir. Enfoco el análisis desde cuatro esferas de relevancia: la intelectual, la patriótica, la del amor y la feminista.

Ámbito intelectual

El ambiente intelectual en que Manuela creció y vivió la hizo diferente del resto de quiteñas. Ella misma dijo: “Dirán mis amigas y paisanas, que una mujer en Quito no alcanza a descubrir la subliminidad de las ciencias  y que los hombres solo son los que la penetran y manejan. Yo las compadezco y digo que su error es excusable”[8].

Según sostiene Carlos Paladines, biógrafo de Manuela, ella creció rebuscando libros y amando la lectura y participando con elocuencia en el diálogo y la discusión. Por su parte, María de Romo atribuye al padre de los Espejo, Luis Chuzhig, una influencia decisiva. Él habría formado a sus hijos e hija sin hacer diferencias. Concedería a Manuela el mismo derecho a instruirse, de tal manera que ella adquiriría una cultura apreciable para la época y de acuerdo a Neptalí Zúñiga[9], también gracias a su padre aprendería a realizar prácticas de enfermería (curaciones y operaciones menores) en el Hospital de la Misericordia. Esa habilidad le habilitaría para ser considerada  la primera practicante de Medicina en el territorio de la actual República del Ecuador.

Se afirma que fue asidua de la biblioteca que regentaba su hermano y lectora voraz. En el artículo que Paladines atribuye a Manuela Espejo y que yo no tengo por qué dudar que fuera de su autoría, expresa:  “Me suponen atrevida y dispuesta a dar al público mis pensamientos. En efecto. tengo mis libros, que leo apasionadamente, y pido prestados los que no poseo”[10]. Naturalmente, ella no podía dedicar todo su tiempo al gozo de la lectura porque tenía otras tareas por hacer.

A la muerte de su hermano mayor y del viaje de su marido, Manuela se habría convertido en guardiana de sus libros. Leopoldo Benítez afirma: “Le quedó a Manuela una herencia espiritualmente valiosa: los libros que se amontonaban en filas compactas y los papeles amarillentos en el los que el Precursor habría consignado sus pensamientos y sus anhelos, libros y papeles con los que Manuela estaría familiarizada pues formaban parte misma de la vida del hermano genial”[11]. Esta faceta de su personalidad faculta a considerarla la Primera Bibliotecaria de la Real Audiencia de Quito. Otra muestra confiable de su capacidad intelectual y de su saber se ampara “en su faceta de periodista, la primera mujer que se atrevió a escribir en público, la primera que aprendió a enfrentar a su medio con la palabra”. El historiador Paladines escribe que Manuela fue a la vez “una de las primera víctimas del silencio de la prensa”[12].

Vista desde este ángulo  el Municipio de Quito acierta al concederle el título de Primera Bibliotecaria del País y al crear la Presea Manuela Espejo presea que comparte con otras mujeres quiteñas o residentes en el Distrito Metropolitano  el mérito de Manuela de haber dedicado gran parte de su vida al trabajo con los libros y a la búsqueda del saber.

Ámbito Patriótico

Manuela quedó huérfana cuando tenía 21 años. Siendo la menor de todos le tocó enfrentar además  del gobierno de la casa todos los inconvenientes que les deparaba a los Espejo su condición de rebeldía frente a la opresiva sociedad colonial. La influencia de Manuela parece ser notoria. Ella con su conocimiento y su dedicación haría posible que la casa familiar se convirtiera en una especie de Fragua de Vulcano[13] donde se modelaba la soñada y necesaria libertad. El P. José María Vargas[14] declaró en la biografía sobre Eugenio Espejo, que Manuela comprensiva y cariñosa fue el respaldo moral y económico de sus hermanos. Sin empeñar el cofre de alhajas, las dos hebillas de plata y otras piezas del mismo material que pertenecían a Manuela no se habría publicado el Periódico Primicias de la Cultura de Quito. ¿Por qué hacía esto Manuela? No solamente por cariño filial y respeto a su sabio hermano, víctima de persecución, destierro y prisión sino porque compartía sus ideales. Así lo reconoce el Dr. Homero Viteri Lafronte al señalar que las dotes especiales de Manuela harían posible las inmortales sesiones en las que se debatían las ideas de los enciclopedistas, se diseccionaba la situación de las Indias bajo el peso de Iberia y tomaba cuerpo la emancipación de América Hispana[15].

Las veces que Espejo fue encarcelado en 1787 y en 1795 la hermana estuvo pendiente de su suerte. Cuando cargado de grillos y agonizante el preclaro hermano, quién sino Manuela consiguió sacarle de la prisión y llevarle a su casa para que falleciera en sus brazos. Manuela despidió a su hermano. Repito las palabras de Enrique Garcés: “Doña Manuela, la huérfana y madre de su hermano muerto tenía el encargo de llorarlo a nombre de la Medicina y de la Raza vencida…Ella era el más brillante cortejo que podía acompañar al Doctor Eugenio Espejo. Iría vestida de negro el espíritu, esbelta y bella, a dejar los despojos del héroe en el lugar señalado por los nobles para que se entierren los indios”[16].  Y una vez devuelto a la Pachamama el cuerpo venerable de su hermano, Manuela emprendió la defensa del combatiente, del proscrito. La colaboración dada por Manuela a esta causa la convierte en una luchadora perseverante por la libertad y la justicia. Tomando en consideración las reiteradas muestras  de heroísmo, en noviembre de 1895, el Municipio de Quito la declaró Prócer de la Emancipación Americana.

Ámbito del Amor

Leopoldo Benítez[17] supone en Manuela un espíritu sutil, una probada bondad que no repara en atenciones a los asiduos visitantes del cenáculo literario y filosófico que preside su hermano Eugenio, soltero por decisión propia y por entrega absoluta al pensamiento. Seguramente a Eugenio ni a Pablo, su otro hermano, les faltó el cariño, la ternura, la atención  de Manuela. La preocupación por los más cercanos es la primera forma de amar. El amor de Manuela además de un amor de hermana sería un compromiso solidario con un propósito del que no se sentía excluida. En la carta que escribe al editor del periódico Primicias de la Cultura de Quito, Erophilia remit Hay un convencimiento en la autora de promover y llevar un ambiente favorable a la amistad. Manuela es una pacifista.aiéndose a las ideas de Platón, discurre sobre una comprensión amplia del amor. Dice así: “El amor mantiene la paz entre los hombres, muda la rusticidad en cultura, apacigua las discordias, une los corazones, inspira la dulzura, aplaca la crueldad, consuela a los afligidos, restituye la fuerza a las almas fatigadas y, en fin, vuelve la vida perfectamente feliz”  Este pensamiento lo contrasta con lo que observa a diario en Quito: “Venga hacia esta su talento de observación, ¿y qué halla? La enemistad, la esclavitud, la guerra, la discordia, la desdicha, el despecho, la ignorancia, el vicio: luego, no hay amor”. Hay un convencimiento en la autora de promover y llevar un ambiente favorable a la amistad. Manuela es una pacifista.

Su hermano Eugenio, y también de Pablo cuando estaba en casa, tenían asegurada la necesaria condición para participar en la esfera pública, gracias a la dedicación a tiempo completo de Manuela en las labores privadas de reproducción social: cuidado del núcleo familiar, trabajo doméstico sin salario y sin horario y labores extras para ahorrar algo de dinero. Cristina Molina expone en su obra Dialéctica Feminista de la Ilustración que los varones se connotan como valiosos y acumulan prestigio y poder sobre la base de la entrega de las mujeres o, lo que es más lamentable, de su exclusión. Pero admirablemente Espejo parece haber estado consciente de esta desigualdad y haberla reparado a tiempo. De acuerdo al Testamento del Precursor de la Independencia, este agradece a su hermana por las ayudas recibidas para financiar sus publicaciones. Con pesar explica que está en imposibilidad  de saldarlas a la hora de su muerte. Lo que no alcance para pagarle después de cobrar la renta vencida como bibliotecario y la venta de la ropa blanca y de color que deja, Espejo le ruega a su hermana que “le perdone por amor de Dios”[18]. 

Desde otro ángulo se puede analizar su relación con José Mejía Lequerica, aspecto al que se alude siempre. Mejía  Lequerica abogado de la Audiencia de Quito llegó a ser uno de los diputados que con mayor brillantez representó los intereses de los discriminados españoles americanos,  en  las Cortes de Cádiz. José Mejía fue también un discriminado en razón de las leyes, usos y costumbres que regían en el territorio colonizado. Mejía, nacido en un barrio cercano al de Manuela, fue hijo ilegítimo, repudiado por su padre, que se negó a darle el apellido. Esa circunstancia de ilegitimidad pesó en su carrera pues le impidió graduarse fácilmente, ejercer como profesional, ser nombrado catedrático y fue lo que al final le obligó a autoexpatriarse porque esta patria (la Audiencia de Quito) le era ingrata.

A pesar de la diferencia de casi 30 años de edad, Eugenio y José eran amigos e interlocutores parejos a pesar de su distinto carácter. Espejo reconcentrado, implacable y huraño; Mejía arrogante, apasionado e irreverente. Los dos personajes se entendían muy bien en el tono y el interés de las discusiones porque los dos poseían gran inteligencia, leían sin descanso y participaban de las nuevas ideas en el campo de las ciencias, la filosofía y la política.

Seguramente, al frecuentar a diario la casa de Espejo, Mejía habría podido aquilatar de cerca los valores que caracterizaban a Manuela. Ella y sus hermanos conformaban  un grupo fraterno e idealista que vivía “al filo de la navaja” porque eran radicales en su oposición a la injusticia de las leyes, a la administración colonial, a las costumbres segregacionistas que mantenían los criollos tanto seglares como religiosos y los tres confiaban en la revolución científica que acabaría con los dogmas.

Mejía habría descubierto en ella “el esplendor de su espíritu privilegiado” en frase de Marcela Costales.  Según las propias palabras de Manuela en el texto publicado en el periódico Primicias de la Cultura de Quito a las mujeres les era indispensable “el fuego eléctrico del amor” y proclamaba la necesidad de un ambiente  “Donde los hombres no nos dominen y al mismo tiempo nos sirvan por el amor”. “Debo amar y ser amada” reiteraba Manuela.

Por lo dicho se puede colegir que Mejía no se casó con Manuela para legalizar una situación que despertaba maledicencias;  tampoco por interés de la biblioteca de Espejo y el honor que significaba ser parte de su familia, como dicen los comentarios misóginos, sino por amor y afinidad con una mujer admirable, de agradable charla y deleitosa compañía, “con capacidad para reflexionar y decidir por cuenta propia.”[19]

Con base en esa comprensión Manuela no solo debió haber permitido sino quizá impulsado el éxodo de su esposo fuera del suelo patrio. En España, José Mejía  pronto se hizo conocer. Inquieto, lúcido, comunicativo él estaba preparado para grandes cosas[20].  Manuela le fue leal política y afectivamente– ignoró la nueva relación que mantuviera en España con  Gertrudis de Salanova.

Otras facetas de Manuela hablan de un amor incondicional a su familia, especialmente a sus hermanos perseguidos y escarnecidos debido a su lucha por la libertad.  Ella puso todo su fervor  y pasión por la justicia y la dignidad de las mujeres, por los indigentes que abundaban en la ciudad. Manuela atendió con esmero y riesgo a los enfermos y moribundos víctimas de la fiebre amarilla.

Ámbito Feminista

En la carta que escribe al editor del periódico Primicias de la Cultura de Quito, Manuela le exige rectifique su criterio respecto de las mujeres porque tal juicio constituye “la injusticia del varón respecto de la mujer; una injusticia clamorosa de todos los días y todos los instantes”. Y lo reitera más adelante: “El segundo error trascendental en los papeles que ha dado a luz es que Ud. me olvida. Ud. hecha fuera de sus consideraciones filosóficas mi ser y mi naturaleza. Ud. empieza a explicar el talento de la observación sin mí: quiero decir, el bello sexo no figura delante de su entendimiento”. Luego agrega: “Querría que hubiese empezado sus periódicos dando lugar preferente a las mujeres, y hablando de nosotras con la decencia que demandan la moral y la filosofía”.

He aquí, a nuestra primera feminista, irradiando su luz en los oscuros tiempos preemancipatorios: 2 de febrero de 1792. Número 3 de Primicias de la Cultura de Quito.


Su figura histórica

La vindicación de Manuela Espejo se afianza cuando Carlos Paladines saca a la luz el libro Erophilia, Conjeturas sobre Manuela Espejo. Paladines había encontrado la huella de Manuela Espejo..

Con base en el análisis de esta extensa  carta firmada con el seudónimo de Erophilia (Amante del Amor y la Sabiduría) Paladines configuró un nuevo personaje femenino para la historia ecuatoriana, heroína a la que dotó de características intelectuales, pasión por el estudio y por los libros, perspicacia política, sensibilidad desprejuiciada, irreverencia franca y apasionada. Una mujer que pregonó el derecho a la felicidad para sí y para los demás.

Manuela alcanzó a ver culminados los anhelos de sus hermanos y de su esposo. María de Romo expresa: “Quizá pudo escuchar el 24 de mayo los cañonazos de la libertad cuyas mechas prendió treinta años atrás [21] su hermano, el genial Eugenio de Santa Cruz y Espejo”de Manuela Espejo ldoaunque.

Por su parte, Cecilia Ansaldo apunta: “En su larga vida ­– vivió cerca de 90 años– Manuela Espejo tuvo la suerte de ver morir la Colonia y nacer la República”[22].

Con motivo del bicentenario de la Revolución de Quito, las historiadoras[23] enfatizaron la labor patriótica  de Manuela Espejo al atribuirle cercana amistad con las mujeres más identificadas con la causa revolucionaria de la independencia. “Ella, luchadora nata, frecuentaría las casas de la ciudad y en cada una sembraría los gérmenes del movimiento por la Independencia” supone María de Romo[24].  Se reconoció en Manuela a la mujer que sufrió en carne propia las injurias, el maltrato, los atropellos  del régimen colonial en la persona de sus hermanos y de ella misma. Se ensalzó a la mujer sabia, amorosa y decidida que  llevó adelante un juicio contra Luis Muñoz de Guzmán, Presidente de la Audiencia, por los agravios, prisión, enfermedad y muerte sufrida por su hermano, el Precursor de la Independencia del Ecuador.

La valoración del matiz fraterno en la personalidad de esta mujer singular movió al Vicepresidente de la República, Lenin Moreno, a emblematizar su campaña a favor de los discapacitados del país,  con el nombre de Manuela Espejo. A partir de esta exitosa empresa social el nombre de Manuela Espejo saltó por sobre las fronteras patrias y alentó importantes acciones de solidaridad.

Graciosa y triste paradoja, el pueblo que sin mayor información empieza a oír reiteradamente el nombre de Manuela empieza a enmarcarla como  a una discapacitada excepcional[25].

Los rezagos del androcentrismo

Los biógrafos de Eugenio Espejo y José Mejía, porque ella nunca mereció uno particular, se manifiestan generosos siempre que aluden a la bondad, desprendimiento, emotividad de Manuela (los estereotipos de género)  pero se vuelven muy parcos al referirse a su calidad intelectual, a su dedicación por la cultura, por la libertad. En ella se postergan como atributos secundarios en la mujer el talento y el saber[26].

Contrariamente a la opinión generalizada de que es posible inferir mucho de su personalidad y de su aporte histórico  a partir de los comentarios que se encuentran sobre ella en papeles de la época, la segregación de Manuela pretende continuar cuando hoy se alude a la sobrevaloración de Manuela Espejo. Se dice que un personaje que ha permanecido en el olvido por dos siglos no puede pasar “de un territorio de penumbra a otro de mitificación”.

Declaran que hay una “suprafiguración” del personaje. Para estos críticos lo que no tiene testimonio o fuente evidente de existencia no tiene ningún valor. Desde esta mirada sexista: “Manuela es solo la hermana de Eugenio Espejo”. Con estos enunciados se niegan a reconocerle la calidad de sujeto histórico relevante y a darle un espacio significativo como una de las mujeres próceres.

Aún con una mirada corta se puede deducir que siendo hermana de dos grandes personajes Eugenio y Pablo, cura de Cotacahi y coautor de las famosas banderitas rojas colocadas en las cruces de la ciudad, un gesto audaz y decisivo que le costó la cárcel y finalmente la muerte al precursor, Manuela Espejo, mujer ilustrada,  no pudo ser  impasible frente  a un proceso de tanta densidad y efervescencia.  Siendo Espejo un adelantado en la lucha por los derechos ciudadanos,  incluidos los de las mujeres, Manuela  no podía ser una persona común, sino más bien una mujer encendida de pasión revolucionaria, iluminada por las muchas lecturas y discusiones que se llevaban a cabo en su entorno, incluso con estudiosos extranjeros que encontraban cálido albergue en la casa de los Espejo. Escuchando discusiones científicas, leyendo con afán y actuando públicamente en tareas ciudadanas  debió dejar abierta su mente a la duda y a la discusión de ideas.

A pesar de esos rezagos de misoginia que con pesar anotamos, nos queda el perfil de una mujer consciente, una mujer reconocida por sus contemporáneos porque tuvo la suerte de nacer en un hogar privilegiado por el talento y la honestidad; una mujer que fue testiga y copartícipe de una revolución que llevó a la patria de la servidumbre a la autonomía. Una mujer que señaló la minusvaloración de las mujeres y se alzó sobre esa situación señalando un camino y un norte. Que fue la primera periodista quiteña, que se atrevió a hacer escuchar su voz y romper las barreras del silencio. Que desafió las normas de la sociedad conventual y escogió su propia forma de vivir y de amar. Manuela Espejo, defendió la igualdad entre el hombre y la mujer en todos los aspectos de la vida pública y privada, y eso la hace más próxima a las mujeres de hoy.

Las Manuelas honran a las mujeres ecuatorianas y al género humano por su participación  política en una etapa histórica fundamental.  Nuestras Manuelas aportaron a ese cambio de acuerdo a las  máximas esperanzas que pusieron en su empresa y las mínimas posibilidades que tuvieron para contribuir directamente. La Cañizares se autoexilió dentro de la patria y a la Sáenz le negaron el reingreso al país por peligrosa y loca. Manuela Espejo está aún confinada en sus sueños de equidad y paz para los seres humanos.


Quito, 7 de mayo de 2014.








[1] M. Rodríguez de Quiroga vino con su padre, nombrado Fiscal de la Audiencia de Quito.
[2] María de Romo, Manuela Espejo, Ediciones Obsidiana, Quito, 1985.
[3] Ibidem.
[4] Carlos Paladines, Conjeturas sobre Manuela Espejo, Biografía, Autoedición, 2001, p. 13.
[5] En 1875, también su madre murió del mismo mal. 
[6] Fernando Jurado Noboa, Las Quiteñas, Dinediciones, Quito, 1995.
[7] Ibidem, p. 100.
[8] Primicias de la Cultura en Quito, No. 3. Febrero de 1792.
[9] N. Zúñiga, Mejía, El Mireabou de América, Talleres Gráficos Nacionales, Imprenta del Clero, Quito,1947.
[10] “Primicias…”
[11] Leopoldo Benítez, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, La Colonia y La República, Secretaría General de la Undécima Conferencia Interamericana, Quito, 1960.p.72.
[12] C. Paladines, op. cit.
[13] M. de Romo, op.cit.
[14] José María Vargas,O. P. Biografía de Eugenio Espejo, Edit. Santo Domingo, 1968.
[15] Neptaly  Zúñiga, op.cit.
[16]  Enrique Garcés, Eugenio Espejo Médico y Duende, CCE, Quito, 1959.
[17] Leopoldo Benítez, op.cit..
[18]Testamento”, en Homero Viteri Lafronte, Un libro Autógrafo de Espejo, Tipografía y Encuadernación Salesiana, Quito, 1920, p.31
[19] Paladines, op.cit. p.30
[20] Hernán Rodríguez Castelo, Mejía voz grande en la Cortes de Cádiz, Academia Nacional de Historia, Quito, 2012.
[21] M. Romo, op.cit.
[22] Cecilia. Ansaldo, “Manuela Espejo”, diario El Universo, Guayaquil, 7 de mayo de 2005, citado por Jenny Londoño en Las mujeres en la independencia, p.80.
[23] Jenny Londoño, Marcela Costales, Sonia Salazar, Alexandra Sevilla, entre otras.
[24] Íbidem..
[25] H. Rodríguez Castelo, Conversatorio , ANH, 7 de  septiembre de 2011.
[26] María Romo, op.cit.