jueves, 30 de mayo de 2013

Día de la madre


El Día de la Madre

En todas la culturas occidentales u orientales; antiguas o modernas; célebres o poco conocidas, persiste un asombro primigenio: el origen y la forma en que continúa  y persevera la especie humana. El evidente hecho de que la madre es quien pare y cría a los descendientes ha dado lugar a una cierta veneración y reconocimiento expresado en pensamientos, afectos y hechos simbólicos. Períodos de la historia existieron en que la presencia de la madre fue central y se admitió sin problema su capacidad para gobernar no solamente la familia inmediata sino el conjunto de ellas. Es la forma conocida como  matriarcado  o gobierno de las madres. Los estudios históricos y antropológicos revelan que el matriarcado ( o mejor el matriciado) se caracterizó por la prevalencia de los relaciones igualitarias, justas  y afectivas entre los individuos de una comunidad.  El matriarcado desapareció de la historia precisamente cuando se privilegiaron otro tipo de relaciones competitivas centradas en el acaparamiento de los recursos y la división social en grupos antagónicos, desequilibrados en número y en compensaciones vitales.
Algunas teóricas del feminismo han planteado que  el viraje a una sociedad más armónica y  satisfactoria  debería tomar en cuenta los principios y valores del orden materno.
Bajo esta mirada no es raro que los diversos pueblos y culturas hubieran establecido ceremonias y fechas determinadas para rendir homenaje a las madres, homenaje enfocado en la persona de la madre como ser concreto, vinculado a las primeras percepciones de vida dentro de su vientre –nuestra primera casa– y a la memoria individual, normalmente dentro de un contexto de profundas y gratas emociones relativas a aquel período en que los seres humanos fuimos absolutamente dependientes de su cuidado y protección, etapa en la que, normalmente, conocimos en toda su intensidad el amor maternal, la profunda relación madre hija/o y también los últimos contactos, cuando la madre transmite la sabiduría acumulada en el ejercicio  de su tiempo.
Este sano y gratificante  reencuentro ritual corre el riesgo de ser políticamente distorsionado al traspasar su significación al  hecho social de la maternidad  en cuanto mecanismo a través del cual una mujer se convierte en reproductora de la especie y garante del sistema económico-político y cultural. En tal caso, la unión sexual, la concepción, el embarazo y el parto se transforman en fases de un acto necesario para la sociedad, suceso que, en su realización obligatoria o en su negación, pasa a ser sujeto de control a través del sistema jurídico patriarcal. Varios países, México, Chile, por ejemplo, recuerdan la manipulación que se dio en su territorio exaltando una maternidad sublime con el fin de desbaratar las  consignas feministas que denunciaban  la falta de servicios y protección legal a las madres trabajadoras y a sus hijos, o la censura a la libertad de conciencia cuando las mujeres quieren renunciar a un embarazo  impuesto por la violencia, los prejuicios o los deseos masculinos.
Desde esta perspectiva política, la maternidad y el maternaje son utilizadas como elaboraciones de la sociedad mercantilista. La celebración degenera en un incremento del consumo y la publicidad, con evidentes beneficios para el sistema empresarial. En estos casos  la festividad puede recubrirse de un cierto cinismo en cuanto es el único día en que algunos hijos higienizan la conciencia teñida de olvido y mal-trato a sus madres durante el resto del año. (Y ellas son lo suficientemente lúcidas para diferenciar la sinceridad, del embuste).
Decir esto no es renunciar a la celebración del Día de la Madre. Los seres humanos somos seres materiales pero también entes simbólicos, disfrutamos de las cosas y de los rituales; vivimos de pan y de emociones. Bienvenido el Día de la Madre.



Guapas, además


“Guapas, además”
Raquel Rodas Morales

La elección de tres mujeres jóvenes para la dirección de la Asamblea Legislativa del Ecuador incita a reflexionar sobre la incursión de las mujeres a los niveles más altos del poder.
Se ha recibido con sorpresa, con escepticismo sobre su desempeño, con cierta sospecha sobre los fines que están detrás de esta elección. Esta situación les reta a las favorecidas a demostrar a través de sus acciones y de su incorruptibilidad que son mujeres excepcionales, y no figurines de feria.
Comencemos por decir que no todas las mujeres activistas a favor de las mujeres han privilegiado sus luchas en este campo. La situación de opresión en que se encontraban las mujeres era y es aún tan difícil, con una variedad de condicionantes que las subsumen y silencian que, de hecho, el objetivo de las feministas en primera instancia no era precisamente compartir el poder con los hombres sino satisfacer necesidades más ligadas con la vida cotidiana. El alcoholismo de los hombres, la subordinación, el maltrato, las carencias  vitales eran asuntos más apremiantes para concitar la organización femenina y  el activismo reflexivo. A punta de pala y pico algunas de estas exigencias se han cubierto, según los sectores sociales o geográficos, en una pequeña  o gran parte, como la educación, la renta propia, el respeto  a su dignidad y a su palabra.
De hecho, quienes han escalado a los espacios más altos de la política formal  han logrado estas aspiraciones. Ellas constituyen la punta del iceberg. ¿Pero qué hay debajo de ese pico? El resto de las mujeres. Las  que no alcanzan todavía condiciones básicas de sobrevivencia y las que superviven a costa de vender su cuerpo o su imagen, de esclavizarse a la sociedad de consumo que multiplica los capitales de los opresores de otras mujeres,  las que no saben reclamar sus derechos o las que ejercen a medias, en tensión permanente con una sociedad todavía muy machista, deshumanizada y violenta.
La mayor demanda de las mujeres ha sido precisamente acabar con la violencia. Sin embargo, esta subsiste en sus formas física, emocional, sexual y económica. Es más, hoy utiliza formas más crueles para aplastar la irrupción de las mujeres, para hacerlas retroceder, para aniquilarlas. Además de las formas citadas,  no podemos dejar de nombrar la violencia simbólica que trata de reducir a las mujeres a objeto de uso, de goce masculino, de decoración.  Tenemos un ejemplo en la frasecita manida de estos días: “… además, guapas”. Sí que lo son, pero no hay por qué recalcar esta valoración sobre las que tienen mayor significación dentro del nuevo rol que van a desempeñar. Otro ejemplo, más frecuente, se constata en la sugerencia patronal que apremia a las empleadas a utilizar minifalda y escotes profundos. ¡Ojo, con las presentadoras de noticias! Esa violencia simbólica se expresa con cinismo en ciertos programas radiales y televisivos que  hacen del cuerpo de la mujer una cosa que no merece respeto, un objeto grotesco dispuesto para excitar la lascivia de los hombres.
Para que las mujeres puedan vivir una vida sin violencia, para que puedan ser dueñas de la libertad de ser y de pensar, para que su cuerpo no sea propiedad de nadie más que de ellas mismas, para que puedan disfrutar de una vida digna y creativa, ha sido necesario participar en el debate ciudadano, contar con leyes que protejan y defiendan su igualdad jurídica y su diferencia existencial. Ha sido necesario inmiscuirse en la política. Luchar por los espacios de representación. Conseguir una Ley de Cuotas que garantice un participación equitativa.
Este encuentro con la realidad social y con la colectividad cívica ha dado lugar a hechos como el que motiva este artículo: la presencia de mujeres en los niveles más altos del poder político. Resta esperar que la actuación de ellas esté de acuerdo con el deseo colectivo de las mujeres que aspiramos a mirar un ejercicio diferente, con resultados visibles, e impecablemente ético, a servicio de un proyecto político, es claro, que solucione las necesidades de la población ecuatoriana y, visiblemente, a favor de sus congéneres. Deberán tener un papel relevante en la expedición de la Ley de Comunicación que erradique por completo la cosificación de la mujer a través de la publicidad y los medios. Muchos otros países ya lo han hecho ¿por qué no lo va a lograr el Ecuador y su Revolución Ciudadana?