El Día de la Madre
En todas la culturas occidentales u orientales; antiguas o
modernas; célebres o poco conocidas, persiste un asombro primigenio: el origen y
la forma en que continúa y persevera la
especie humana. El evidente hecho de que la madre es quien pare y cría a los
descendientes ha dado lugar a una cierta veneración y reconocimiento expresado
en pensamientos, afectos y hechos simbólicos. Períodos de la historia
existieron en que la presencia de la madre fue central y se admitió sin
problema su capacidad para gobernar no solamente la familia inmediata sino el
conjunto de ellas. Es la forma conocida como
matriarcado o gobierno de las
madres. Los estudios históricos y antropológicos revelan que el matriarcado ( o mejor el matriciado) se caracterizó por la
prevalencia de los relaciones igualitarias, justas y afectivas entre los individuos de una
comunidad. El matriarcado desapareció de
la historia precisamente cuando se privilegiaron otro tipo de relaciones
competitivas centradas en el acaparamiento de los recursos y la división social
en grupos antagónicos, desequilibrados en número y en compensaciones vitales.
Algunas teóricas del feminismo han planteado que el viraje a una sociedad más armónica y satisfactoria debería tomar en cuenta los principios y
valores del orden materno.
Bajo esta mirada no es raro que los diversos pueblos y
culturas hubieran establecido ceremonias y fechas determinadas para rendir
homenaje a las madres, homenaje enfocado en la persona de la madre como ser
concreto, vinculado a las primeras percepciones de vida dentro de su vientre –nuestra
primera casa– y a la memoria individual, normalmente dentro de un contexto de
profundas y gratas emociones relativas a aquel período en que los seres humanos
fuimos absolutamente dependientes de su cuidado y protección, etapa en la que,
normalmente, conocimos en toda su intensidad el amor maternal, la profunda
relación madre hija/o y también los últimos contactos, cuando la madre
transmite la sabiduría acumulada en el ejercicio de su tiempo.
Este sano y gratificante
reencuentro ritual corre el riesgo de ser políticamente distorsionado al
traspasar su significación al hecho
social de la maternidad en cuanto mecanismo a través del cual una
mujer se convierte en reproductora de
la especie y garante del sistema económico-político y cultural. En tal caso, la
unión sexual, la concepción, el embarazo y el parto se transforman en fases de
un acto necesario para la sociedad, suceso que, en su realización obligatoria o
en su negación, pasa a ser sujeto de control a través del sistema jurídico
patriarcal. Varios países, México, Chile, por ejemplo, recuerdan la
manipulación que se dio en su territorio exaltando una maternidad sublime con
el fin de desbaratar las consignas
feministas que denunciaban la falta de
servicios y protección legal a las madres trabajadoras y a sus hijos, o la
censura a la libertad de conciencia cuando las mujeres quieren renunciar a un
embarazo impuesto por la violencia, los
prejuicios o los deseos masculinos.
Desde esta perspectiva política, la maternidad y el maternaje son utilizadas como elaboraciones
de la sociedad mercantilista. La celebración degenera en un incremento del
consumo y la publicidad, con evidentes beneficios para el sistema empresarial. En
estos casos la festividad puede
recubrirse de un cierto cinismo en cuanto es el único día en que algunos hijos higienizan
la conciencia teñida de olvido y mal-trato a sus madres durante el resto del
año. (Y ellas son lo suficientemente lúcidas para diferenciar la sinceridad,
del embuste).
Decir esto no es renunciar a la celebración del Día de la
Madre. Los seres humanos somos seres materiales pero también entes simbólicos,
disfrutamos de las cosas y de los rituales; vivimos de pan y de emociones.
Bienvenido el Día de la Madre.