jueves, 30 de mayo de 2013

Guapas, además


“Guapas, además”
Raquel Rodas Morales

La elección de tres mujeres jóvenes para la dirección de la Asamblea Legislativa del Ecuador incita a reflexionar sobre la incursión de las mujeres a los niveles más altos del poder.
Se ha recibido con sorpresa, con escepticismo sobre su desempeño, con cierta sospecha sobre los fines que están detrás de esta elección. Esta situación les reta a las favorecidas a demostrar a través de sus acciones y de su incorruptibilidad que son mujeres excepcionales, y no figurines de feria.
Comencemos por decir que no todas las mujeres activistas a favor de las mujeres han privilegiado sus luchas en este campo. La situación de opresión en que se encontraban las mujeres era y es aún tan difícil, con una variedad de condicionantes que las subsumen y silencian que, de hecho, el objetivo de las feministas en primera instancia no era precisamente compartir el poder con los hombres sino satisfacer necesidades más ligadas con la vida cotidiana. El alcoholismo de los hombres, la subordinación, el maltrato, las carencias  vitales eran asuntos más apremiantes para concitar la organización femenina y  el activismo reflexivo. A punta de pala y pico algunas de estas exigencias se han cubierto, según los sectores sociales o geográficos, en una pequeña  o gran parte, como la educación, la renta propia, el respeto  a su dignidad y a su palabra.
De hecho, quienes han escalado a los espacios más altos de la política formal  han logrado estas aspiraciones. Ellas constituyen la punta del iceberg. ¿Pero qué hay debajo de ese pico? El resto de las mujeres. Las  que no alcanzan todavía condiciones básicas de sobrevivencia y las que superviven a costa de vender su cuerpo o su imagen, de esclavizarse a la sociedad de consumo que multiplica los capitales de los opresores de otras mujeres,  las que no saben reclamar sus derechos o las que ejercen a medias, en tensión permanente con una sociedad todavía muy machista, deshumanizada y violenta.
La mayor demanda de las mujeres ha sido precisamente acabar con la violencia. Sin embargo, esta subsiste en sus formas física, emocional, sexual y económica. Es más, hoy utiliza formas más crueles para aplastar la irrupción de las mujeres, para hacerlas retroceder, para aniquilarlas. Además de las formas citadas,  no podemos dejar de nombrar la violencia simbólica que trata de reducir a las mujeres a objeto de uso, de goce masculino, de decoración.  Tenemos un ejemplo en la frasecita manida de estos días: “… además, guapas”. Sí que lo son, pero no hay por qué recalcar esta valoración sobre las que tienen mayor significación dentro del nuevo rol que van a desempeñar. Otro ejemplo, más frecuente, se constata en la sugerencia patronal que apremia a las empleadas a utilizar minifalda y escotes profundos. ¡Ojo, con las presentadoras de noticias! Esa violencia simbólica se expresa con cinismo en ciertos programas radiales y televisivos que  hacen del cuerpo de la mujer una cosa que no merece respeto, un objeto grotesco dispuesto para excitar la lascivia de los hombres.
Para que las mujeres puedan vivir una vida sin violencia, para que puedan ser dueñas de la libertad de ser y de pensar, para que su cuerpo no sea propiedad de nadie más que de ellas mismas, para que puedan disfrutar de una vida digna y creativa, ha sido necesario participar en el debate ciudadano, contar con leyes que protejan y defiendan su igualdad jurídica y su diferencia existencial. Ha sido necesario inmiscuirse en la política. Luchar por los espacios de representación. Conseguir una Ley de Cuotas que garantice un participación equitativa.
Este encuentro con la realidad social y con la colectividad cívica ha dado lugar a hechos como el que motiva este artículo: la presencia de mujeres en los niveles más altos del poder político. Resta esperar que la actuación de ellas esté de acuerdo con el deseo colectivo de las mujeres que aspiramos a mirar un ejercicio diferente, con resultados visibles, e impecablemente ético, a servicio de un proyecto político, es claro, que solucione las necesidades de la población ecuatoriana y, visiblemente, a favor de sus congéneres. Deberán tener un papel relevante en la expedición de la Ley de Comunicación que erradique por completo la cosificación de la mujer a través de la publicidad y los medios. Muchos otros países ya lo han hecho ¿por qué no lo va a lograr el Ecuador y su Revolución Ciudadana?

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