“Guapas,
además”
Raquel
Rodas Morales
La
elección de tres mujeres jóvenes para la dirección de la Asamblea Legislativa
del Ecuador incita a reflexionar sobre la incursión de las mujeres a los
niveles más altos del poder.
Se
ha recibido con sorpresa, con escepticismo sobre su desempeño, con cierta
sospecha sobre los fines que están detrás de esta elección. Esta situación les
reta a las favorecidas a demostrar a través de sus acciones y de su
incorruptibilidad que son mujeres excepcionales, y no figurines de feria.
Comencemos
por decir que no todas las mujeres activistas a favor de las mujeres han
privilegiado sus luchas en este campo. La situación de opresión en que se
encontraban las mujeres era y es aún tan difícil, con una variedad de
condicionantes que las subsumen y silencian que, de hecho, el objetivo de las
feministas en primera instancia no era precisamente compartir el poder con los
hombres sino satisfacer necesidades más ligadas con la vida cotidiana. El alcoholismo
de los hombres, la subordinación, el maltrato, las carencias vitales eran asuntos más apremiantes para
concitar la organización femenina y el
activismo reflexivo. A punta de pala y pico algunas de estas exigencias se han
cubierto, según los sectores sociales o geográficos, en una pequeña o gran parte, como la educación, la renta
propia, el respeto a su dignidad y a su
palabra.
De
hecho, quienes han escalado a los espacios más altos de la política formal han logrado estas aspiraciones. Ellas
constituyen la punta del iceberg. ¿Pero qué hay debajo de ese pico? El resto de
las mujeres. Las que no alcanzan todavía
condiciones básicas de sobrevivencia y las que superviven a costa de vender su
cuerpo o su imagen, de esclavizarse a la sociedad de consumo que multiplica los
capitales de los opresores de otras mujeres, las que no saben reclamar sus derechos o las
que ejercen a medias, en tensión permanente con una sociedad todavía muy
machista, deshumanizada y violenta.
La
mayor demanda de las mujeres ha sido precisamente acabar con la violencia. Sin
embargo, esta subsiste en sus formas física, emocional, sexual y económica. Es
más, hoy utiliza formas más crueles para aplastar la irrupción de las mujeres,
para hacerlas retroceder, para aniquilarlas. Además de las formas citadas, no podemos dejar de nombrar la violencia
simbólica que trata de reducir a las mujeres a objeto de uso, de goce masculino,
de decoración. Tenemos un ejemplo en la
frasecita manida de estos días: “… además, guapas”. Sí que lo son, pero no hay
por qué recalcar esta valoración sobre las que tienen mayor significación dentro
del nuevo rol que van a desempeñar. Otro ejemplo, más frecuente, se constata en
la sugerencia patronal que apremia a las empleadas a utilizar minifalda y
escotes profundos. ¡Ojo, con las presentadoras de noticias! Esa violencia
simbólica se expresa con cinismo en ciertos programas radiales y televisivos
que hacen del cuerpo de la mujer una
cosa que no merece respeto, un objeto grotesco dispuesto para excitar la
lascivia de los hombres.
Para
que las mujeres puedan vivir una vida sin violencia, para que puedan ser dueñas
de la libertad de ser y de pensar, para que su cuerpo no sea propiedad de nadie
más que de ellas mismas, para que puedan disfrutar de una vida digna y creativa,
ha sido necesario participar en el debate ciudadano, contar con leyes que
protejan y defiendan su igualdad jurídica y su diferencia existencial. Ha sido
necesario inmiscuirse en la política. Luchar por los espacios de representación.
Conseguir una Ley de Cuotas que garantice un participación equitativa.
Este
encuentro con la realidad social y con la colectividad cívica ha dado lugar a
hechos como el que motiva este artículo: la presencia de mujeres en los niveles
más altos del poder político. Resta esperar que la actuación de ellas esté de
acuerdo con el deseo colectivo de las mujeres que aspiramos a mirar un
ejercicio diferente, con resultados visibles, e impecablemente ético, a
servicio de un proyecto político, es claro, que solucione las necesidades de la
población ecuatoriana y, visiblemente, a favor de sus congéneres. Deberán tener
un papel relevante en la expedición de la Ley de Comunicación que erradique por
completo la cosificación de la mujer a través de la publicidad y los medios.
Muchos otros países ya lo han hecho ¿por qué no lo va a lograr el Ecuador y su
Revolución Ciudadana?
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